miércoles, 23 de diciembre de 2015

Museo Violeta Parra: Su legado visual

Una deuda nacional que finalmente se ha concretado. El Museo Violeta Parra alberga el patrimonio musical y visual de la gran folclorista chilena. Su legado como cantautora es indiscutiblemente valorado y reconocido; su obra como artista visual es –probablemente– menos reconocida y entendida, sin embargo, el museo permite un recorrido que desde sus temáticas e inquietudes, descubre una identidad que Violeta supo plasmar a través de su obra.
Por Carola Arriagada. Teórica del arte / Chile.

La construcción del museo a cargo del arquitecto Cristián Undurraga, busca ser un estímulo para los sentidos, potenciando todas las dimensiones de la artista y exhibiéndolas creativamente. El museo acoge al público, bajo una condición de sístole y diástole del espacio, creando la impresión virtual de situarnos en la caja de resonancia de una guitarra, esto se obtiene por el notable uso de la materialidad, a través de representaciones curvas del trabajo en madera. Además, hay intenciones estéticamente logradas, como los pilares de hormigón simulando árboles que sostienen el edificio. Existe una articulación de los materiales bien designada, donde dialogan el hormigón a la vista, piedra, cristal curvo, madera y mimbre, consiguiendo un cálido resultado.

La fuerza creadora de esta artista no supo de demarcaciones, buscó expresarse de diversas formas con los materiales a los que podía acceder; tal como hizo en los sesenta cuando una enfermedad, por la cual tuvo que permanecer en cama durante varios meses, no la limitó en su búsqueda expresiva, desarrollando en este periodo sus arpilleras y pinturas. El resultado de esto fue una exhibición en la feria de Artes Plásticas en el Parque Forestal de Santiago, y finalmente en el Museo de Artes Decorativas del Palacio del Louvre –hecho sin precedentes, ya que fue la primera exposición individual de una artista latinoamericana en ese lugar.
Para entender la elección de la técnica en el oficio del bordado en Violeta, es interesante descubrir que tanto el canto vernáculo como esta faceta, fueron heredados por una línea materna; tal y como en el mismo museo se asevera, Violeta se expresa a través de sus arpilleras, óleos y papel maché, denunciando las contradicciones del mundo moderno con una potente dimensión política, su trabajo es testimonial y recrea lo que acontece desde las revueltas sociales, hasta las fiestas populares.


Imagen cortesía del Museo Violeta Parra
La línea curatorial del museo está basada en dos dimensiones, una humana y otra divina. En la humana encontramos obras que patentan a Violeta en su contexto histórico, social y cultural, obras que connotan su experiencia de vida, por ejemplo, arpilleras donde interpreta cómo es el circo, o bien, el afiche bordado cuando expuso en el Louvre. De esta forma la artista muestra que no posee prejuicios que la circunscriban, siendo capaz de simplificar iconográficamente y dominar la gráfica de forma sutil. Por otra parte, en la dimensión divina de Violeta, la artista hace un rescate al mundo de las leyendas, además de realizar una crítica social correspondiente a su tiempo, específicamente con una obra que es contra la guerra y que es la imagen de la arpillera que se observa en un ventanal, desde la entrada del museo.

Por otro lado, la obra Cristo en bikini nos revela un humor ingenuo, su visión de lo religioso entremezclado con lo popular. Se traduce la expresividad con ímpetu tanto en el color como en el movimiento que logra por la inclinación de las puntadas. Lo visual se articula en una dimensión de sinestesia a lo sonoro, como si las iconografías dialogaran en perfecta armonía con lo musical; mientras que los movimientos de las puntadas en los bordados, dan una intención tan potente como la voz en sus canciones, todo esto nos conduce a la longitud de lo verdaderamente genuino.
La obra de Violeta conmueve, es fiel testimonio del arranque artístico nacido de la tierra, un impulso desde las raíces hacia lo alto del cielo de una artista que no conoció límites, que se movilizó desbordando fronteras de diversa naturaleza, una mujer emocional, sensible, multifacética y decidida. Su obra visual lo refleja, su música y expresión visual dialogan entre sí y con el público, las arpilleras son, según la propia Violeta “como canciones que se pintan”.

https://www.arteallimite.com/2015/12/museo-violeta-parra-su-legado-visual/

martes, 24 de noviembre de 2015

“Una suma de actualidades”: El grabado en Chile

A propósito de la exposición que se presenta en el Museo de Arte Contemporáneo, llamada Una suma de actualidades, encontramos el grabado en Chile no como una técnica secundaria frente a la pintura o escultura, sino como eje fundamental en la historia del arte chileno. La muestra completa comprende más de 200 obras provenientes de la colección del museo.

Por Carola Arriagada. Teórica del arte / Chile.
Imágenes cortesía del Museo de Arte Contemporáneo.



En un recorrido inédito de la memoria de las artes visuales en Chile y Latinoamérica, nos enfrentamos a una suma de obras que articulan diversos estilos artísticos y estéticos, en un trascurrir a través de la historia del país, que reflejan tanto aspectos sociales, políticos, como culturales.
Para adentrarnos en antecedentes de la historia académica del grabado en Chile, dos representantes del grupo Montparnasse, Luis Vargas Rosas y Camilo Mori, realizaron algunos trabajos en grabado el año 1917. Un año importante en la divulgación del conocimiento del grabado fue en 1927, cuando Julio Ortiz de Zárate regresó a Chile después de pasar un periodo estudiando en Europa, adquiriendo una instrucción importante de la técnica del grabado, por esta razón es invitado por la Universidad de Chile para realizar una cátedra en la Escuela de Bellas Artes.
Después de cursar estudios de arte en Francia, Marco A. Bontá regresó a Chile en 1931, y ese año fue nombrado profesor jefe del primer Taller de Grabado de la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad de Chile, donde fue profesor durante tres décadas. En su taller se formaron los primeros artistas grabadores chilenos: Carlos Hermosilla, Francisco Parada, Pedro Lobos, y con posterioridad Julio Escámez, Viterbo Sepúlveda y Julio Palazuelos. Consecutivamente, en la época de los cuarenta, comienza a funcionar como tal, el taller de grabado de la Universidad de Chile.



Nemesio Antúnez después de su estadía en Europa y EE.UU., funda el Taller 99 en Santiago en 1956, inspirado en su experiencia en el Atelier 17 que dirigía Hayter en Nueva York. El proyecto Taller 99 se constituyó fuera de la academia y buscó desarrollar un tipo de obra con procesos de producción y distribución alternativos. El taller pretendía ofrecer la técnica del grabado a artistas ya formados, y que quisieran desarrollar nuevas ideas e imaginería con las posibilidades que esta práctica les otorgaba.
El éxito del taller hizo historia en el quehacer artístico chileno, elevando el rango del grabado a un nivel de primera línea en Sudamérica, según comentó otrora el propio Antúnez. De ahí surgió un trabajo colectivo de los participantes, que además se convirtió en amistad profunda. Algunos de los artistas que participaron del taller fueron Roser Bru, Dinora Doudtchitzky, Santos Chávez, Eduardo Vilches, Pedro Millar, Jaime Cruz, Luz Donoso y Delia del Carril. Fue la época más fecunda de esta disciplina, tal y como señaló Jaime Cruz en su libro La memoria del grabador.



En el año 1959, la Universidad Católica de Chile se convirtió en la sucesora del Taller 99. Sergio Larraín le ofreció a Nemesio Antúnez la dirección de la Escuela de Arte, junto a Mario Carreño, “dos nerudianos que serán paradójicamente elegidos para fundar un espacio de contrapeso al dominio de la izquierda liberado por Balmes en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile”, como argumenta Mellado en La novela chilena del grabado.

En los años sesenta, en Chile se genera una proliferación de obras de grabadores, lo que en forma recíproca se venía desarrollando en todo el continente. Bajo este contexto se llevan a cabo las Bienales Americanas de Grabado, entre los años 1963 a 1970, en los Museos de Arte Contemporáneo y de Bellas Artes de Santiago. El movimiento que se desarrolló aquí a nivel artístico resultó un medio de gran competencia y vigor para los intereses ideológicos, sociales y artísticos de la sociedad chilena del momento.
Un personaje fundamental en estas bienales, por su contribución en la gestión y organización, fue Nemesio Antúnez, que en ese momento era el director del MAC. Antúnez tenía un particular interés en este proyecto, ya que los artistas chilenos participantes eran o habían sido integrantes del taller de grabado que él había fundado.
Es así, como en la muestra Una suma de actualidades, específicamente en el nivel 2 del museo, encontramos las obras agrupadas de acuerdo a eventos históricos y contingencias establecidas, como lo fueron las Bienales Americanas de Grabado, los Salones de Estudiantes de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y las creaciones donadas por el Frente de Acción Popular (FRAP) a mediados de los años sesenta.

Conocer el arte chileno es reconocer nuestra historia, lo que se evidencia en los grabados de la época de los sesenta, donde el quehacer artístico estaba involucrado con la contingencia e ideales que ese periodo buscaba salvaguardar. También es interesante observar que, si bien el grabado ha sido jerarquizado en muchas oportunidades como el hermano menor de la pintura, fue durante los sesenta cuando proliferó y llegó a un nivel de primera línea en el medio artístico local.

https://www.arteallimite.com/2015/11/una-suma-de-actualidades-el-grabado-en-chile/

martes, 10 de noviembre de 2015

El caso Vivian Maier: ¿Niñera o artista?

Vivian Maier. La Fotógrafa Revelada se llama la muestra inaugurada recientemente bajo la curatoría de Anne Morin, que se presenta en el Centro Cultural de Las Condes y en el Espacio ArteAbierto de Fundación Itaú, hasta el 13 de diciembre. La exposición reúne 107 fotografías.

Por Carola Arriagada. Teórica del arte / Chile


De madre francesa y padre austro-húngaro, Vivian Maier nació en New York el año 1926 y falleció en 2009. En 1956 se instaló en Chicago, donde trabajó como niñera por más de 40 años. Durante esos años llevó consigo una cámara colgada al cuello para fotografiar diversas imágenes de su entorno. Son fotografías que nunca mostró a nadie, incluso algunos rollos nunca fueron revelados.
El hallazgo se realizó el año 2007, cuando John Maloof subastó una caja de negativos por 380 dólares. Aquí comenzaba a rescatarse la vida de una fotógrafa anónima hasta entonces. Maloof, al descubrir las imágenes de la caja, buscó encontrar la identidad del autor y descubrir su historia.
Se comenzaba a revelar la artista detrás de las fotografías. Maier fotografió su entorno urbano cotidiano, en miles de rollos y negativos, llegando a juntar 100 mil negativos, además de 700 rollos en color y 2 mil en blanco y negro sin revelar, conjuntamente 150 películas en 8 y 16 mm.
Vivian Maier es un caso que para los historiadores y teóricos del arte es apasionante de analizar. Nos sumerge en cuestiones filosóficas y epistemológicas respecto al arte. En una sociedad moderna, donde los artistas son formados en escuelas de arte, a las cuales concurren para adquirir técnicas que les permitan expresar sus sensibilidades e inquietudes artísticas, una mujer sin esta formación, ni tampoco remota aproximación alguna al arte formal, despliega innatamente dichas habilidades técnicas y una refinada sensibilidad artística. Si nos adentramos en el rol del artista en la modernidad, lo que la sociedad espera de éste es que se sitúe como individuo, es decir, que sea un crítico de su entorno, que revele aquello que el sistema de mercado deja fuera, que mire desde otro lugar, que su obra desconcierte, remeza, rompa con el punto de vista habitual. Estos esencialismos del arte, Maier los producía de forma natural.
Sus fotografías son imágenes recortadas de su realidad circundante, como Susan Sontag señalara en sus estudios sobre la fotografía, “la manera moderna de mirar es ver fragmentos”. La obra de Maier ha sido comparada con la del célebre fotógrafo francés Henri Cartier Bresson, por sus tópicos espontáneos en entornos urbanos, además de la fotógrafa estadounidense Diane Arbus, por sus retratos descarnados y profundos. Sorprende cómo su obra pasa por composiciones de la calle en lo cotidiano, encuadres espontáneos y dinámicos, retratos donde los personajes posan para ella, autorretratos donde la composición se vuelve más compleja y estudiada, la hábil precisión de la fotógrafa para conjugar imágenes compuestas por diversos reflejos.
En la exposición también se encuentra la información que Maier dejó; existe una grabación donde señala el motivo por el cual realizó sus autorretratos, “para encontrar su sitio en el mundo”, sus imágenes eran una manera de dejar un vestigio de su existencia, “ella se sentía condenada por la sociedad a no tener identidad”.

Maier buscaba trascender a través de su obra, es probable que dejara esa caja de este gran legado con la remota esperanza de que alguien en algún futuro próximo la encontrara y revelara toda su existencia de fotógrafa, su yo auténtico, no la niñera, sino la artista. Heidegger lo señaló: “El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. Ninguno puede ser sin el otro”.

Angélica Sáenz | El movimiento, expresión de la naturaleza

Las obras de la artista Angélica Sáenz juegan con las escenas cotidianas y la naturaleza, todas dentro de una atmósfera de movimiento, para mostrar un momento preciso capturado, previamente, con su cámara fotográfica.



Angélica Sáenz desde temprana edad vivió cercana al arte: su madre pintaba, quien estudió con el maestro de la pintura realista, Miguel Venegas Cifuentes. Angélica recuerda que cuando eran niñas, a ella y su hermana, su madre les preparaba una paleta con pinturas y les colocaba una cebolla de referente, para que así pintaran. Ambas, posteriormente, estudiarían arte.

Sus temas siempre son variados, aunque el foco es el mismo. Primeramente, en la Universidad, se inspiró en las bailarinas, admiraba la obra de Degas, y con esta motivación sacaba fotografías de las estudiantes de la escuela de Danza, lo que le permitió crear obras originales; tomaba negativos de cada instante del movimiento de una bailarina, ya que desde ese entonces quería expresar de forma particular el concepto de movimiento.

Además de sus estudios de Licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad de Chile, Angélica realizó dos cursos de pintura realista en Estados Unidos. Uno dentro del centro de extensión de Harvard University, y otro en la escuela del Museo de Fine Arts de Boston. En esa época pintaban en una buhardilla y el profesor les enseñaba a un grupo heterogéneo de alumnos la técnica de la pintura realista, impresionista, además de puntillista. Durante ese periodo, copiaban obras de grandes maestros realistas que se encontraban en el mismo museo, este ejercicio le permitió aprender a perfeccionar su técnica al óleo, además de desarrollar la observación con mayor agudeza. Fue durante esta época que se inclinó definitivamente por una expresión pictórica realista.

“Quisiera plasmar en la obra un instante para siempre”

Respecto de sus temas, son escenas cotidianas y simples, y lo que le atrae es la naturaleza: desde variadas especies de pájaros de menor tamaño, hasta cóndores y águilas, además paisajes del mar con sus olas, reflejos y transparencias, también figuras humanas en ambientes naturales, todas estas figuraciones dentro de una atmósfera de movimiento, de vientos inasibles. Para esto, su gran aliada ha sido la fotografía ya que siempre está buscando qué elemento de la naturaleza puede aportarle como inspiración para sus obras. Con la cámara capta el instante que quiere transmitir en la pintura, luego lo plasma en su lenguaje pictórico que expresa con trazos sueltos y precisos. Sus colores son puros y limpios, paisajes luminosos, frescos, expansivos, con el movimiento particular de la naturaleza, que la artista logra expresar con sutileza y agilidad. Predomina el color azul en sus obras, como ella misma define: “El azul es atmósfera”.

“El águila da la sensación que está rompiendo el aire en el cielo”

Un referente para ella es el pintor impresionista español Joaquín Sorolla, de quien admira sus colores, su expresión y cómo este artista lograba expresar los cuerpos mojados y el movimiento. Angélica, ha recurrido a sus hijos para crear sus composiciones con figuras humanas: los capta de espalda para que representen una figura universal, un niño o una joven, y así el público pueda identificarse con ellos como imágenes genéricas. “Busco que mis cuadros aquieten el espíritu, ayudar al espectador a que se sienta en paz con lo que ve, creo ambientes tranquilos”, explica.

Si bien, hay un dinamismo en el vuelo de los pájaros, en el oleaje de las aguas, y del viento sobre la naturaleza, este movimiento particular que expresa la artista, es una creación ingrávida y delicada, tanto su paleta de matices, la maestría pictórica, como la elección compositiva, que nos invitan a adentrarnos en la contemplación de ambientes de quietud.
Por: Carola Arriagada. Teórica del arte / Chile.

martes, 8 de septiembre de 2015

Análisis corpus obras. Xilografías de Santos Chávez. Colección del Museo Nacional de Bellas Artes

Obra LOS ÁNGELES SE VAN AL CIELO del año 1963, participó en la Primera Bienal Americana de Grabado. Es una xilografía que se separa de las representaciones de Chávez respecto a la naturaleza y sus repertorios: telúricos, de la flora, la fauna, acuáticos y uranios, propios de la cosmogonía mapuche. Esta obra en su simbolismo, poseería una coherencia con lo que Cassirer definió respecto a la función significante del simbolismo, al referirse que sería el propio espíritu el que otorgaría ese sentido. Sin embargo, esa carga espiritual no estaría focalizada en la naturaleza y en la religión mapuche, sino en el imaginario de la religión cristiana, herencia de la evangelización de los españoles en nuestra región.

Chevalier[1] define a los ángeles como los seres intermediarios entre Dios y el mundo, estos han sido mencionados de diferentes maneras en variados textos como: acadios, ugaríticos, bíblicos y otros. Son seres puramente espirituales y etéreos, que solo pueden tomar de los hombres las apariencias, pero la característica diferenciadora con los seres humanos es que son seres alados. Las alas de los ángeles del cristianismo según los estudios de Chevalier son de configuración semejante a la de los cisnes.

Cirlot[2] señala que los ángeles aparecen en la iconografía artística desde el origen de la cultura, o más específicamente en el cuarto milenio antes de Jesucristo, y estas figuras solían ser confundidas con las deidades aladas. El arte gótico ha expresado ampliamente los aspectos de protección y sublimación de los ángeles, además del arte románico acentuando el carácter supraterrenal.

Las figuras de esta obra de Chávez, poseerían las alas de cisne como señalara Chevalier, es coherente cuando los referentes alados en nuestro territorio son provenientes de la cultura judeocristiana. Sin embargo, Santos nos presenta estos seres con rasgos faciales propios de su iconografía, rostros con fisonomía representativos de su etnia, aparentemente el artista quiso acentuar estos rasgos al crear una textura fina y regular que expresa el color de la piel propia de esta raza.

Según las referencias, Santos siempre buscó un lirismo para expresar de forma poética sus sentimientos y sensibilidades, la idea etérea de los ángeles, no posee representación equivalente dentro de la cosmogonía mapuche. Sobre el cielo con una textura ondulante, observamos dos seres alados con evidentes rasgos de su etnia, esta entidad de seres alados no se encuentra dentro de las hierofanías, sin embargo, la estampa posee la carga mitológica propia del artista y que podemos definir como expresión simbólica. Sólo Chávez podía representar esta mitología de sincretismo religioso en una xilografía de dos ángeles mapuche.

Carola Arriagada
Magíster en Teoría e Historia del Arte



[1] CHEVALIER, JEAN. 1986. Diccionario de los Símbolos. Versión castellana de MANUEL SILVAR y ARTURO RODRíGUEZ. de la obra de J. CHEVALIER y A. GHEERBRANT. Dictionnaire des symboles. Editorial Herder S.A. Barcelona.
[2] CIRLOT, JUAN EDUARDO. 1992. Diccionario de Símbolos. Editorial Labor S.A. Barcelona. España.

domingo, 23 de agosto de 2015

La expresión simbólica en las Xilografías de Santos Chávez

Esta investigación comienza al percatarnos que el simbolismo en la obra de Chávez parece expresar particularidades más amplias que las hierofanías. El aspecto simbólico de la función significante, basados en el estudio de Cassirer, nos permite observar que la obra posee una expresión que subyace en la composición del grabado, y no solo en el reconocimiento de hierofanías que conforman parte de los elementos de las xilografías, es decir, para interpretar estas representaciones de Chávez, debemos entender particularidades expresivas que se encuentra veladas en aspectos formales que no han sido considerados con anterioridad por otros autores. Chávez señaló: lo mío no es un realismo. Se basa en la realidad pero se concreta plásticamente. El misterio del mundo es lo que está ahí”.[1] La expresión artística fue estudiada por Schwartzmann en el periodo histórico en que fueron producidas las obras del corpus que estudiamos, por eso utilizamos estos criterios estéticos para avalar nuestra investigación y análisis.

El talante mítico de la obra lo definimos en dos aspectos, primero tomamos las hierofanías, ya estudiadas por otros autores, es decir, el análisis simbólico en relación con el aspecto mítico mapuche, tomando en cuenta especialmente el estudio de Pedro Millar, y además se incorporó otros aspectos de elementos formales (color, fondo, composición) a los cuales denominamos expresiones simbólicas para diferenciarlas y/o compararlas con las hierofanías, y así comprender mejor la obra. Estos aspectos no habían sido analizados con anterioridad, pero poseían una dimensión de correlación entre la materialidad y la obra, es decir, entre la técnica del grabado y la expresión artística del autor. Un aspecto que se nos reveló claramente en el análisis, fue la evocación recurrente de la memoria en las estampas de Santos, además de utilizar el recurso de la identidad mapuche, el artista recurrió al aspecto nostálgico de su infancia en el campo en medio de la naturaleza.

Ahora bien, las referencias de Cassirer y de la filosofía de los años sesenta, particularmente su interpretación de la expresión en Schwartzmann fueron nuestros referentes, junto a los concernientes definitorios de los símbolos de Jean Chevelier contrastando y potenciando con los de Juan Eduardo Cirlot. Respecto a lo simbólico mapuche nos basamos en los estudios de Rolf Foerster, además de la definición del color en la cultura mapuche de Pedro Mege, todo esto para enriquecer la interpretación.

 Y finalmente se contextualizó la obra en el periodo en el que se suscribe históricamente dentro de la escena artística local, entendiendo las no influencias y motivaciones personales del artista. Bajo la crítica de la época de los sesenta, encontramos en la prensa local las observaciones de Helfant, quien nos aportó las definiciones de dos tendencias en la obra de Chávez; una que catalogó como imagen-símbolo, que estaba definida por temáticas más poéticas y figurativas, y otra tendencia que llamó de imagen-plástica, más abstracta y geometrizada. Comparamos estos criterios con nuestro corpus de obra, determinando cómo se articularon estas dos tendencias, para entender qué tendencia se definió primero, y qué recursos expresivos fueron fundamentales bajo las preferencias de estas dos predisposiciones en la obra de Chávez.

Respecto a la crítica Helfant, consideramos que su división en cuanto a tendencias de la obra de Chávez, si bien evidencia dos modos de expresión, los términos que utiliza no son los más precisos. Cuando define como una imagen-símbolo para catalogar las temáticas de las obras que ella delimita como poéticas y figurativas, y por otra parte define una segunda tendencia como imagen-plástica, catalogada como más abstracta y geometrizada, observamos que la primera instancia es más figurativa en términos iconográficos, pero en la segunda opción la figuración sigue existiendo: lo que se observa es más bien una simplificación iconográfica de los elementos compositivos. Estamos de acuerdo que en algunos casos Chávez llega a elementos más geométricos gracias a esta simplificación, pero la poética existe en ambos casos, es decir, si tuviésemos que definir un concepto que le dé concordancia a los patrones reiterados de Chávez, sería el término poético. En definitiva, todo el simbolismo en que se conjugan las temáticas de ambas tendencias de la obra del artista, están contenidas en una concepción poética.

De otra parte, vimos que en la prensa de la época, la crítica suele utilizar ciertos términos para referirse a la obra de Chávez, términos reiterativos que crean un consenso respecto a  la definición del perfil de la obra del artista.

“Todo un mundo poético se desparrama a través de estos grabados con elocuencia encantadora. Su repertorio de imágenes ostenta, además, un dominio de la línea de tan eficaz elegancia y una simplicidad de tan pujante suficiencia que, a veces, recuerda cierto periodo picassiano, aunque la ternura de sabor americano de nuestro compatriota aporta su distintivo personal”.[2]

“Hablamos de poesía formal porque los elementos gráficos, tan simples como efectivos, no apuntalan aspectos meramente descriptivos, sino que afloran con singular libertad”.[3]

En el 1968 Chávez vuelve a Chile después de realizar una gira por México y EE.UU. En la prensa se señala: “El artista no abandona sus principales símbolos que constituyen su temática habitual: el sol, las flores, la luna, el mar, y que otorgan a sus obras un profundo toque lírico. Sin embargo, el tratamiento que da a estos elementos es diferente, y denota, por una parte, afianzamiento de su estilo y, por otra, una madurez conceptual. Su estilización comienza a alejarse de cierta línea decorativa a que había llegado. Se acentúa en cierto sentido por la decantación de las formas y por su mayor purismo técnico, pero no obstante busca ahora de manera más rotunda los efectos plásticos. En estas obras últimas, por ejemplo, hay un más atrevido empleo de contrastes; de blancos con poca textura o intensas zonas negras. Salvo en uno que otro grabado los planos trabajados en mediatintas no predominan. Esto hace, en general, su obra menos telúrica, cobrando en cambio un aire mágico, que indiscutiblemente acrecienta la orientación poética que siempre ha guiado el quehacer de este artista araucano”.[4]

Es la poética el concepto regular para calificar la obra de Chávez, el término que define una participación de las cualidades de la idealidad, espiritualidad y belleza propias de la poesía.[5] También encontramos el término lírico, que determina lo que promueve una honda compenetración con los sentimientos manifestados por el poeta.[6] Las hierofanías y expresiones simbólicas definen la impronta visual del artista, y la crítica epocal nos permite configurar los conceptos para desentrañar el lenguaje particular de Chávez.

Respecto a la época del objeto de estudio, durante la década de los sesenta se desarrollaron un conjunto de cambios y transformaciones en los ámbitos económico, social y cultural a nivel global. En América, la Revolución Cubana da comienzo a la década de los sesenta cumpliendo con el sueño y utopía de muchos, al remover el capitalismo de la isla e inspirando a otras naciones para llevar adelante cambios similares.

En esta época existía una tendencia de las vanguardias de rescatar las prácticas seriales, a pesar que el grabado como técnica existía hacía mucho tiempo, como una apertura a todo lo que permitiera llevar el arte al público en términos masivos y cercanos; esto colaboró con la realización de numerosas bienales y convocatorias en torno a esta técnica seriada. Respecto al arte en América Latina, los años sesenta se caracterizaron por el auge de bienales de arte que aspiraban a presentar el “estado de la cuestión” a nivel continental y en las que el grabado obtuvo un interés nunca antes visto. Entre ellas, se realizaron cuatro bienales de grabado en Chile, en las que participó Santos Chávez, además fue premiado y becado, viajó a México y EE.UU. Desafortunadamente, no encontramos muchos antecedentes de su experiencia en estos países; solo algunos comentarios del propio artista respecto, por ejemplo, por qué eligió México para ir a perfeccionarse, nos indican que Chávez consideraba la pintura americana como el más importante fenómeno artístico del siglo XX y que aspiraba a trabajar con los artistas mexicanos. No obstante, en lo que respecta a las posibles influencias del muralismo mexicano en su obra, tanto la crítica como el propio artista desmerecieron tales influjos. De hecho, él nunca admitió seguir influencias o inspiraciones de algún otro artista.

Los grabadores de su generación y quienes lo conocieron en esa época en Chile, también coinciden que no tuvo influencias de otros artistas, él siempre estuvo absorto en sus temáticas, incluso en sus obras posteriores a nuestro corpus de obra del objeto de estudio, sus temáticas siempre permanecen, durante el periodo que vivió en Alemania entre 1978 y 1994, él siempre permaneció fiel a sus tópicos, siempre apareció el campo, la naturaleza del sur de Chile.

De otra parte, en lo que se refiere a los elementos autóctonos que la crítica reconocía en su obra, Chávez sostuvo que la plástica chilena estaba recibiendo siempre la influencia de Europa y Estados Unidos. Consideraba que muchos artistas eran chilenos solamente por adopción. Para Santos, la gran inspiración era crear como él sentía, en forma personal, sin imitar los moldes extranjeros. Él creía firmemente en la soledad para progresar en el trabajo.

Un aspecto importante de la obra del artista, se conjuga en la técnica que define su arte. Santos experimentó en varias técnicas dentro del grabado, pero prefirió el grabado en madera. La viuda del artista Eva Chávez, cuando la entrevistamos nos señaló que Santos siempre había preferido trabajar con una cuchara para traspasar y definir sus obras de la matriz al papel.

Ahora bien, al complementar las hierofanías con las expresiones simbólicas (término que acuñamos para establecer otros elementos formales de la obra) del artista, descubrimos que si bien existe una tendencia a rescatar lo autóctono y a su vez la infancia del artista, esta expresión llena de simbolismo se presenta plurisignificante y se conjugan abiertamente dentro de la poética del artista, es decir, la obra presenta iconografías que aparecen en, como señalara Schwartzmann, y permiten trascender de, al configurarse bajo el alero simbólico que llevaría a la obra y al artista a definirlo bajo los cánones de lo mítico. En este sentido el aporte teórico de Schwartzmann, al otorgarnos el concepto de trasver, nos permite entender el estado superior del signo, como el mismo autor denomina, donde habitan las virtualidades, lo incógnito, y finalmente lo interpretativo.

Así, la imaginería de Santos Chávez está cargada de simbolismos, que interpelan lo autóctono, a través de la cosmogonía de la etnia mapuche expresadas en hierofanías, en unificación con un carácter nostálgico inspirado en los recuerdo de infancia del artista. Las obras se mueven en dos tendencias; la figuración cargada de elementos manifiestos y composiciones más simplificadas, todas ellas en comunión con el concepto poético propia de la función mítica del arte.

Carola Arriagada
Magíster en Teoría e Historia del Arte



[1] MANSILLA, MARÍA SOLEDAD. 2000. Hijo de Arauco y Maestro del grabado Santos Chávez Alister. www.santoschavezgrabador.cl
[2] SOMMER, WALDEMAR. (s.f.) Tres Edades Plásticas. Exposición de Santos Chávez en Galería Época.
[3] PAREDES ROJAS, R. 19 de octubre de 1966. Grabados de Santos Chávez. Crítica de Arte. El Día.
[4] MALDONADO, CARLOS. 1968. Crítica de Arte. Exposición de Santos Chávez en Galería Central de Arte. El Siglo.
[5] Diccionario Real Academia Española, Acepción 3 de adjetivo.
[6] Diccionario Real Academia Española, Acepción 5 de adjetivo.

lunes, 17 de agosto de 2015

Marcel Duchamp / Arte Digital. Analogía en el espacio-tiempo

“Estoy convencido que cuando personas como Seurat se pusieron a querer hacer algo
 suprimieron realmente el  pasado de un golpe.
 Incluso los Fauvistas y los Cubistas lo hicieron.
 Parece que actualmente,
hay estrechos lazos con el pasado.
 Esa falta de audacia, de originalidad…”
Marcel Duchamp, 1966


Como sabemos Marcel Duchamp cambió radicalmente los conceptos de arte, obra, estética, materiales de arte, haciendo una renovación absoluta a principios del siglo XX, sus reflexiones siguen omnipresentes en el arte contemporáneo, así como sus conceptualizaciones, que en esta oportunidad indagaremos para realizar una analogía con el Arte digital que es el tema que nos interesa inquirir.

Es así como tomaremos de dicho artista el concepto de perspectiva tetradimensional, consistente en incorporar una cuarta dimensión que es el tiempo, conjugando una afinidad con los conceptos de espacio-tiempo de la tecnología digital, así como también nos parece factible introducirnos en la tecnología y ligarla a la atracción de Duchamp por la realidad de la máquina, su dinamismo y sus movimientos mecánicos.  Otro argumento sustancial de Marcel Duchamp fue el cuestionamiento de autoría de la obra de arte, para él es el espectador el que hace las obras gracias a sus impresiones de las mismas (algo que traspasará a todo el arte del siglo XX) y el cual se puede extrapolar a la interacción que se produce en el Arte digital. Esta interacción creada por la interfase que se produce entre el humano y la máquina que es el computador, crea una obra que es determinada por un proceso más que por un resultado, se puede definir una semejanza con muchas de las obras creadas por Duchamp, las cuales fueron resultado de un proceso intelectual, pero que fueron presentadas inconclusamente, como lo fue por ejemplo su obra maestra El gran vidrio.



El factor conceptual producido por la dicotomía espacio-tiempo, en el caso de Duchamp es presentado por un tiempo plegable, él asimiló las lecturas sobre el filósofo del tiempo Bergson, he incorporó su visión del tiempo a sus obras determinando un tiempo subjetivo y objetivo como realidades homologables. Es aquí donde percibimos que él artista al abrir los cánones del arte del siglo XX, al surgir expresiones donde se conjugan esta dicotomía que la conforman el espacio y el tiempo, también es posible advertirla en un arte que sólo lleva un poco más de dos décadas de existencia, nos referimos al Arte digital. Lo que una obra bidimensional puede determinar, sugiriendo la idea de movimiento a través de un efecto cinético, que es una representación visual del objeto en movimiento, efecto representado en la obra Suspensión de Duchamp, hoy es posible representar dicho movimiento gracias a la tecnología digital que permite trabajar en tres dimensiones, incorporando una cuarta dimensión como planteó en su momento Duchamp, el tiempo. El Arte digital se mueve entre los efectos producidos a través de los programas computacionales, que permiten el trabajo en un espacio virtual, en el caso del estilo net.art[1], que existe bajo el fenómeno mediático de Internet, como señala la artista digital Anna Barros[2], el espacio no es penetrable por el cuerpo a no ser por la visión. Bajo este punto de vista, el espectador se ve enfrentado a una realidad virtual, necesita ser un intelectualista de lo que sucede, el Arte digital no es material ni tampoco posee manualidad, el mundo digital se presenta como una realidad que es preciso penetrar a través del intelecto. Lo que nos parece trascendente es la conexión que podemos aproximar entre el trabajo intelectual de Duchamp y el despliegue de interrogantes epistemológicas que está creando el Arte digital en la actualidad. Así como Duchamp llevó a cuestionar los límites del arte, la nueva tecnología digital al incorporarse al arte contemporáneo, lleva a cuestionar nuevamente los criterios teóricos como estética, artístico, obra incompleta, la relación arte-tecnología, obra inmaterial y virtual, y como ya señalamos la dicotomía espacio-tiempo.

Cuando hablamos del término digital, nos referimos formalmente a un lenguaje computacional que se traduce por medio de secuencias de dígitos numéricos, secuencias de 0 y 1. En traducciones del inglés al español encontramos como sinónimo de digital, el término numérico, lo que nos alude cálculos matemáticos, pero deberíamos señalar que el medio informático creado por ingenieros,  como instrumento tecnológico abarca un espacio inconmensurable, a través de este medio no sólo se puede trabajar, educar, investigar, divertir, también se puede producir arte. El artista digital muchas veces frente a este nuevo medio se enfrenta a un problema técnico, es decir propio de un lenguaje digital, además de la génesis propia del problema intelectual de creación artística. Duchamp se enfrentó frente a su obra El gran vidrio no sólo con un problema intelectual, sino también con una disyuntiva técnica, así le comenta a Pierre Cabanne, a menudo se trata de cosas técnicas. El Verre me interesaba mucho debido a su transparencia. Eso ya era mucho. A continuación el color que colocado sobre el vidrio, es visible desde el otro lado, y pierde toda posibilidad de oxidarse si se le encierra… todo esto eran las cuestiones técnicas, que tenía su importancia.[3]

Además asevera la importancia de la perspectiva en su trabajo, la perspectiva en mi, se convirtió en algo científico… se trata de una perspectiva matemática, científica.[4] Así entendemos, que además de incorporar conceptos a través de historias, anécdotas, nuevos sentidos de las palabras en una representación visual simbólica, para él, parte fundamental de su obra eran los problemas técnicos que se generaban con los elementos que utilizaba, que lo obligaban a elaborar, de aquí se deduce su obsesión por el vidrio. 


Otro punto sobresaliente respecto a la perspectiva, es el paso pro-ingeniero además de anti-artista que dio Duchamp, incorporando una cuarta dimensión, el tiempo como ya señalamos, conjuntamente con el movimiento monocorde da las máquinas. Todo lo que hacía como ingeniero eran los motores que compraba. Lo que me preocupaba era la idea del movimiento.[5] Así fue, como además indagó y se adentró en el cine y el teatro, le sedujo el aspecto visual de ambas expresiones artísticas, su idea fue práctica ya que le interesaba el resultado óptico.

Así como la tecnología informática replantea los componentes artísticos tradicionales, también se desarrolla en un medio en movimiento, en este sentido muy relacionado con la óptica del cine, si bien la visualidad digital aún se encuentra en desarrollo al depender de la memoria de un ordenador, si nos situamos específicamente en el espacio virtual de Internet, nos encontramos con la cuarta dimensión que señalaba Duchamp, pero con una nueva connotación producida paradójicamente no por la obra sino por el medio que la contiene, así un objeto de arte se transforma en objeto informático, y lo más interesante es que se transforma en un objeto ubicuo, es decir, es posible contemplarlo y en ocasiones interactuar con él en diferentes lugares físicos, en otras palabras una obra digital en la red Internet, es posible visualizarla en diferentes latitudes del planeta de una forma instantánea y simultánea.

Otro punto destacable en Duchamp es la utilización del concepto de metaironía en su obra, El Desnudo… es un antimecanismo. La primera ironía consiste en que no sabemos siquiera si se trata de un desnudo. Encerrado en un corsé o malla metálica, es invisible. Ese traje férreo no recuerda tanto a una armadura medieval como a una carrocería o a un fuselaje.[6]

Octavio Paz afirma que a Duchamp le apasionan  los antimecanismos, es decir, las máquinas como agentes de desconstrucción. Esos aparatos  son los duplicados del juego de palabras: su funcionamiento insólito los nulifica como máquinas. Su relación con la utilidad es la misma que la de retardo y movimiento, sin sentido y significación: son máquinas que destilan la crítica de sí mismas.[7]


Este sentido crítico sobre sí mismo referente al funcionamiento de la máquina, es posible percibirlo en el ejercicio artístico digital de Carlos Fabon[8], quien produce imágenes sobre el soporte papel, a través de un proceso de desprogramación de la impresora, infiriendo así sobre los datos transmitidos por el computador a los dispositivos de impresión. Además manipula el movimiento del papel sobre los rollos impresores, obteniendo así imágenes únicas como resultado de un proceso aleatorio. Para el artista digital lo que hace un verdadero creador es precisamente subvertir las funciones de las máquinas, manejarla en sentido contrario con su productividad programada, así no subordinarse a un cierto número de posibilidades impuestas por el aparato técnico.[9]


Según Gilbert Simondon[10], las máquinas no se deben ver como ordinarios artefactos mecánicos o como cosas pertenecientes al dominio bruto. Son materializaciones de procesos mentales, son pensamientos que tomaron cuerpo. Inventar una máquina significa dar forma material a un proceso de pensamiento. Por lo tanto hay una inteligencia inscrita en la máquina, con la cual el artista debe dialogar y polemizar.[11]


La relación máquina (computador) y humano que se da en el Arte digital es la interacción, la cual permite que exista una conexión fundamental para la concreción de este arte. Así las máquinas contradictorias de Duchamp pueden determinarse en analogía con la interacción que señalamos, el elemento hilerante no hace más humanas a las máquinas pero las conecta con el centro del hombre, con la fuente de su energía: la indeterminación, la contradicción.[12]


Así como entendemos la metaironía de Duchamp, es posible al mismo tiempo comprender el concepto incorporado al mecanismo o movimiento monocorde de las máquinas, nos referimos a los términos erótico y sexual que le connota. Esta relación erótica tiene su correlato con lo femenino y lo masculino. Respecto a este simbolismo, el artista comenta: yo no le doy un significado personal, pero a fin de cuentas es verdaderamente el medio de intentar poner al descubierto las cosas que están constantemente escondidas, debido a la religión católica y las reglas sociales. Creo que es importante permitirse revelarlas y ponerlas voluntariamente a disposición de todo el mundo, porque es la base de todo y nunca se habla de ello.[13]

Así el artista muestra el erotismo siempre disfrazado, en el sentido pudoroso de la palabra, refiriéndose a lo escondido, pero siempre subyacente. Así el erotismo se convierte en la mayor simbología de cada uno de los elementos de su obra El gran vidrio.

Refiriéndose a las máquinas, el artista percibe que su funcionamiento es más sexual que mecánico, a pesar de ser artefactos aparentemente sin vestigios humanos, considera finalmente que son más simbólicos que sexuales.


Los símbolos son signos de lo inefable, tan misteriosos como necesarios.[14] Así esa cuestión sensible o intelectual que se quiere representar a través del arte, es expresada de otra forma creando un juego o conexión con el espectador, obligándolo a intelectualizar, a significar la obra, sopesando la inadecuación[15] para finalmente involucrarse con ella.

Así fue con Duchamp en el siglo XX, así también sigue ocurriendo con el Arte digital en el siglo XXI.       


Carola Arriagada
Magíster en Teoría e Historia del Arte




[1] Net.art: término inglés; net es la abreviatura de Interconnected Networks y art significa en español arte.
[2] Barros, Anna. 2000. Artista digital brasileña.

[3] Cabanne, Pierre: Conversaciones con Duchamp. 1984. Ed. Anagrama, Barcelona, p.56.
[4] Ibíd. pp 56 - 57.
[5] Ibíd. p.100.
[6] Paz, Octavio: Apariencia Desnuda. 1989. Alianza Editorial, Madrid, p.21.

[7] Ibíd. p.21.
[8] Fadon, Carlos. 2000. Artista digital argentino, 

[9] Fadon, Carlos: Texto obras digitales. 2000. Schultz, Margarita: El Gólem Informático (C.D. ROM), Facultad de Artes Universidad de Chile.[10] Simondon, Gilbert, Doctor en Filosofía, francés. 1989. Autor de Du mode d'existence des objets techniques, París, 
[11] Simondon, Gilbert: Texto obras digitales.2000. Schultz, Margarita: El Gólem Informático ( C.D. ROM ), Facultad de Artes Universidad de Chile.
[12] Paz, Octavio. Op.cit p.25.
[13] Cabanne, Pierre. Op.cit. p.143.
[14] Gombrich, E. H.: Imágenes Simbólicas. 1990. Alianza Editorial, Madrid, p.289.
[15] Terminología de Hegel, lo que caracteriza al símbolo es precisamente la cualidad que él llama inadecuación.