jueves, 18 de enero de 2018

Una Estatua de Colón en Nueva York

Frenta a las polémicas, observamos al arte contemporáneo sentirse nadando sobre sus propias aguas, discutiendo muchas veces su propia ocupación, porque el discurso del arte busca precisamente el cuestionar ideas preconcebidas y sacudir epístolas conservadoras.


Por Carola Arriagada / Teórica del Arte  
Ensayo UAB. Barcelona, España.



Cuando teorizamos sobre una estatua, que más allá de ser una escultura (en este caso las cuestiones estéticas no son relevantes), la figura esculpida que imita al personaje histórico, el navegante Cristobal Colón, se nos presenta en una zona sensible que no es sino reflejo de lo inteligible, es decir, observamos el problema entendiendo el concepto intelectual como los griegos, lo trascendente, lo metafísico, y no el cuestionamiento psíquico o mental como los modernos. Por lo tanto en esa disyuntiva de la historia, donde el relato es transmitido por los ganadores de los acontecimientos, existe otra visión de la realidad que es la de los perdedores que se les deja fuera del discurso clásico, y poseen una voz aminorada por la propia historia oficial.



Nos enfrentamos así a esta zona sensible, donde dos verdades se enfrentan, más allá de temas históricos pragmáticos, es un tema trascendente, en el sentido de los valores y sensibilidades humanas. Cuando cada 12 de Octubre vemos levantar manifiestos en diferentes latitudes de América, la consigna en resumidas cuentas es “América no fue descubierta fue invadida y saqueada”, hay un campo de aguas profundas donde se ahoga el dolor, la muerte, la violencia que los pueblos originarios vivieron, y que permanece como un padecimiento indeleble de herencia en el corazón de muchos americanos.



Si en cuestiones de conquista territorial universal se trata, siempre el conquistador ha ejercido la fuerza incluso para entregar supuestos valores éticos y morales, el conquistado siempre ha tenido que sentir esa opresión en alguna medida. Esto solo constata el hecho de una realidad dolorosa, pero tan humana en la historia que es innegable.



Por eso es difícil encontrar un consenso frente a dolores históricos de siglos, lo que se puede rescatar de esta polémica es precisamente su existencia, que hoy podamos hablar y cuestionar nuestra historia, entendiendo que “No hay hechos solo hay interpretaciones” como fijara en su momento Nietzsche, y que con el hecho de instalar una estatua que nos lleve a la tensión, el cuestionamiento, al diálogo y la reflexión,- sea retirada o no-, habremos ganado mucho más a que nunca hubiese sido exhibida.