martes, 24 de noviembre de 2015

“Una suma de actualidades”: El grabado en Chile

A propósito de la exposición que se presenta en el Museo de Arte Contemporáneo, llamada Una suma de actualidades, encontramos el grabado en Chile no como una técnica secundaria frente a la pintura o escultura, sino como eje fundamental en la historia del arte chileno. La muestra completa comprende más de 200 obras provenientes de la colección del museo.

Por Carola Arriagada. Teórica del arte / Chile.
Imágenes cortesía del Museo de Arte Contemporáneo.



En un recorrido inédito de la memoria de las artes visuales en Chile y Latinoamérica, nos enfrentamos a una suma de obras que articulan diversos estilos artísticos y estéticos, en un trascurrir a través de la historia del país, que reflejan tanto aspectos sociales, políticos, como culturales.
Para adentrarnos en antecedentes de la historia académica del grabado en Chile, dos representantes del grupo Montparnasse, Luis Vargas Rosas y Camilo Mori, realizaron algunos trabajos en grabado el año 1917. Un año importante en la divulgación del conocimiento del grabado fue en 1927, cuando Julio Ortiz de Zárate regresó a Chile después de pasar un periodo estudiando en Europa, adquiriendo una instrucción importante de la técnica del grabado, por esta razón es invitado por la Universidad de Chile para realizar una cátedra en la Escuela de Bellas Artes.
Después de cursar estudios de arte en Francia, Marco A. Bontá regresó a Chile en 1931, y ese año fue nombrado profesor jefe del primer Taller de Grabado de la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad de Chile, donde fue profesor durante tres décadas. En su taller se formaron los primeros artistas grabadores chilenos: Carlos Hermosilla, Francisco Parada, Pedro Lobos, y con posterioridad Julio Escámez, Viterbo Sepúlveda y Julio Palazuelos. Consecutivamente, en la época de los cuarenta, comienza a funcionar como tal, el taller de grabado de la Universidad de Chile.



Nemesio Antúnez después de su estadía en Europa y EE.UU., funda el Taller 99 en Santiago en 1956, inspirado en su experiencia en el Atelier 17 que dirigía Hayter en Nueva York. El proyecto Taller 99 se constituyó fuera de la academia y buscó desarrollar un tipo de obra con procesos de producción y distribución alternativos. El taller pretendía ofrecer la técnica del grabado a artistas ya formados, y que quisieran desarrollar nuevas ideas e imaginería con las posibilidades que esta práctica les otorgaba.
El éxito del taller hizo historia en el quehacer artístico chileno, elevando el rango del grabado a un nivel de primera línea en Sudamérica, según comentó otrora el propio Antúnez. De ahí surgió un trabajo colectivo de los participantes, que además se convirtió en amistad profunda. Algunos de los artistas que participaron del taller fueron Roser Bru, Dinora Doudtchitzky, Santos Chávez, Eduardo Vilches, Pedro Millar, Jaime Cruz, Luz Donoso y Delia del Carril. Fue la época más fecunda de esta disciplina, tal y como señaló Jaime Cruz en su libro La memoria del grabador.



En el año 1959, la Universidad Católica de Chile se convirtió en la sucesora del Taller 99. Sergio Larraín le ofreció a Nemesio Antúnez la dirección de la Escuela de Arte, junto a Mario Carreño, “dos nerudianos que serán paradójicamente elegidos para fundar un espacio de contrapeso al dominio de la izquierda liberado por Balmes en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile”, como argumenta Mellado en La novela chilena del grabado.

En los años sesenta, en Chile se genera una proliferación de obras de grabadores, lo que en forma recíproca se venía desarrollando en todo el continente. Bajo este contexto se llevan a cabo las Bienales Americanas de Grabado, entre los años 1963 a 1970, en los Museos de Arte Contemporáneo y de Bellas Artes de Santiago. El movimiento que se desarrolló aquí a nivel artístico resultó un medio de gran competencia y vigor para los intereses ideológicos, sociales y artísticos de la sociedad chilena del momento.
Un personaje fundamental en estas bienales, por su contribución en la gestión y organización, fue Nemesio Antúnez, que en ese momento era el director del MAC. Antúnez tenía un particular interés en este proyecto, ya que los artistas chilenos participantes eran o habían sido integrantes del taller de grabado que él había fundado.
Es así, como en la muestra Una suma de actualidades, específicamente en el nivel 2 del museo, encontramos las obras agrupadas de acuerdo a eventos históricos y contingencias establecidas, como lo fueron las Bienales Americanas de Grabado, los Salones de Estudiantes de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y las creaciones donadas por el Frente de Acción Popular (FRAP) a mediados de los años sesenta.

Conocer el arte chileno es reconocer nuestra historia, lo que se evidencia en los grabados de la época de los sesenta, donde el quehacer artístico estaba involucrado con la contingencia e ideales que ese periodo buscaba salvaguardar. También es interesante observar que, si bien el grabado ha sido jerarquizado en muchas oportunidades como el hermano menor de la pintura, fue durante los sesenta cuando proliferó y llegó a un nivel de primera línea en el medio artístico local.

https://www.arteallimite.com/2015/11/una-suma-de-actualidades-el-grabado-en-chile/

martes, 10 de noviembre de 2015

El caso Vivian Maier: ¿Niñera o artista?

Vivian Maier. La Fotógrafa Revelada se llama la muestra inaugurada recientemente bajo la curatoría de Anne Morin, que se presenta en el Centro Cultural de Las Condes y en el Espacio ArteAbierto de Fundación Itaú, hasta el 13 de diciembre. La exposición reúne 107 fotografías.

Por Carola Arriagada. Teórica del arte / Chile


De madre francesa y padre austro-húngaro, Vivian Maier nació en New York el año 1926 y falleció en 2009. En 1956 se instaló en Chicago, donde trabajó como niñera por más de 40 años. Durante esos años llevó consigo una cámara colgada al cuello para fotografiar diversas imágenes de su entorno. Son fotografías que nunca mostró a nadie, incluso algunos rollos nunca fueron revelados.
El hallazgo se realizó el año 2007, cuando John Maloof subastó una caja de negativos por 380 dólares. Aquí comenzaba a rescatarse la vida de una fotógrafa anónima hasta entonces. Maloof, al descubrir las imágenes de la caja, buscó encontrar la identidad del autor y descubrir su historia.
Se comenzaba a revelar la artista detrás de las fotografías. Maier fotografió su entorno urbano cotidiano, en miles de rollos y negativos, llegando a juntar 100 mil negativos, además de 700 rollos en color y 2 mil en blanco y negro sin revelar, conjuntamente 150 películas en 8 y 16 mm.
Vivian Maier es un caso que para los historiadores y teóricos del arte es apasionante de analizar. Nos sumerge en cuestiones filosóficas y epistemológicas respecto al arte. En una sociedad moderna, donde los artistas son formados en escuelas de arte, a las cuales concurren para adquirir técnicas que les permitan expresar sus sensibilidades e inquietudes artísticas, una mujer sin esta formación, ni tampoco remota aproximación alguna al arte formal, despliega innatamente dichas habilidades técnicas y una refinada sensibilidad artística. Si nos adentramos en el rol del artista en la modernidad, lo que la sociedad espera de éste es que se sitúe como individuo, es decir, que sea un crítico de su entorno, que revele aquello que el sistema de mercado deja fuera, que mire desde otro lugar, que su obra desconcierte, remeza, rompa con el punto de vista habitual. Estos esencialismos del arte, Maier los producía de forma natural.
Sus fotografías son imágenes recortadas de su realidad circundante, como Susan Sontag señalara en sus estudios sobre la fotografía, “la manera moderna de mirar es ver fragmentos”. La obra de Maier ha sido comparada con la del célebre fotógrafo francés Henri Cartier Bresson, por sus tópicos espontáneos en entornos urbanos, además de la fotógrafa estadounidense Diane Arbus, por sus retratos descarnados y profundos. Sorprende cómo su obra pasa por composiciones de la calle en lo cotidiano, encuadres espontáneos y dinámicos, retratos donde los personajes posan para ella, autorretratos donde la composición se vuelve más compleja y estudiada, la hábil precisión de la fotógrafa para conjugar imágenes compuestas por diversos reflejos.
En la exposición también se encuentra la información que Maier dejó; existe una grabación donde señala el motivo por el cual realizó sus autorretratos, “para encontrar su sitio en el mundo”, sus imágenes eran una manera de dejar un vestigio de su existencia, “ella se sentía condenada por la sociedad a no tener identidad”.

Maier buscaba trascender a través de su obra, es probable que dejara esa caja de este gran legado con la remota esperanza de que alguien en algún futuro próximo la encontrara y revelara toda su existencia de fotógrafa, su yo auténtico, no la niñera, sino la artista. Heidegger lo señaló: “El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. Ninguno puede ser sin el otro”.

Angélica Sáenz | El movimiento, expresión de la naturaleza

Las obras de la artista Angélica Sáenz juegan con las escenas cotidianas y la naturaleza, todas dentro de una atmósfera de movimiento, para mostrar un momento preciso capturado, previamente, con su cámara fotográfica.



Angélica Sáenz desde temprana edad vivió cercana al arte: su madre pintaba, quien estudió con el maestro de la pintura realista, Miguel Venegas Cifuentes. Angélica recuerda que cuando eran niñas, a ella y su hermana, su madre les preparaba una paleta con pinturas y les colocaba una cebolla de referente, para que así pintaran. Ambas, posteriormente, estudiarían arte.

Sus temas siempre son variados, aunque el foco es el mismo. Primeramente, en la Universidad, se inspiró en las bailarinas, admiraba la obra de Degas, y con esta motivación sacaba fotografías de las estudiantes de la escuela de Danza, lo que le permitió crear obras originales; tomaba negativos de cada instante del movimiento de una bailarina, ya que desde ese entonces quería expresar de forma particular el concepto de movimiento.

Además de sus estudios de Licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad de Chile, Angélica realizó dos cursos de pintura realista en Estados Unidos. Uno dentro del centro de extensión de Harvard University, y otro en la escuela del Museo de Fine Arts de Boston. En esa época pintaban en una buhardilla y el profesor les enseñaba a un grupo heterogéneo de alumnos la técnica de la pintura realista, impresionista, además de puntillista. Durante ese periodo, copiaban obras de grandes maestros realistas que se encontraban en el mismo museo, este ejercicio le permitió aprender a perfeccionar su técnica al óleo, además de desarrollar la observación con mayor agudeza. Fue durante esta época que se inclinó definitivamente por una expresión pictórica realista.

“Quisiera plasmar en la obra un instante para siempre”

Respecto de sus temas, son escenas cotidianas y simples, y lo que le atrae es la naturaleza: desde variadas especies de pájaros de menor tamaño, hasta cóndores y águilas, además paisajes del mar con sus olas, reflejos y transparencias, también figuras humanas en ambientes naturales, todas estas figuraciones dentro de una atmósfera de movimiento, de vientos inasibles. Para esto, su gran aliada ha sido la fotografía ya que siempre está buscando qué elemento de la naturaleza puede aportarle como inspiración para sus obras. Con la cámara capta el instante que quiere transmitir en la pintura, luego lo plasma en su lenguaje pictórico que expresa con trazos sueltos y precisos. Sus colores son puros y limpios, paisajes luminosos, frescos, expansivos, con el movimiento particular de la naturaleza, que la artista logra expresar con sutileza y agilidad. Predomina el color azul en sus obras, como ella misma define: “El azul es atmósfera”.

“El águila da la sensación que está rompiendo el aire en el cielo”

Un referente para ella es el pintor impresionista español Joaquín Sorolla, de quien admira sus colores, su expresión y cómo este artista lograba expresar los cuerpos mojados y el movimiento. Angélica, ha recurrido a sus hijos para crear sus composiciones con figuras humanas: los capta de espalda para que representen una figura universal, un niño o una joven, y así el público pueda identificarse con ellos como imágenes genéricas. “Busco que mis cuadros aquieten el espíritu, ayudar al espectador a que se sienta en paz con lo que ve, creo ambientes tranquilos”, explica.

Si bien, hay un dinamismo en el vuelo de los pájaros, en el oleaje de las aguas, y del viento sobre la naturaleza, este movimiento particular que expresa la artista, es una creación ingrávida y delicada, tanto su paleta de matices, la maestría pictórica, como la elección compositiva, que nos invitan a adentrarnos en la contemplación de ambientes de quietud.
Por: Carola Arriagada. Teórica del arte / Chile.